La Merced: Para unos su vida, para otros sólo metros cuadrados. Parte 1: Conocí…

Conocí La Merced en las vísperas de año nuevo en diciembre del 2009, acompañado de Julia, estudiante intercambista proveniente de Francia, que entre muchas cosas me enseñó a ver a México con otros ojos. De ese viaje no tengo fotos, las perdí, práctica muy común en mis viajes universitarios, sólo tengo las pocas que Julia subió al facebook y miles de recuerdos, la mayoría coloridos, gracias a esa perspectiva extranjera que mi acompañante me enseñaba en sus fotografías y a las sonrisas que provoca en mi recordar estos días.

El día en cuestión, después de pasar la mañana en el centro histórico y haciendo el interesante transbordo en Pino Suarez, a eso del medio día llegamos a La Merced, por la línea rosa del metro, estábamos emocionados por conocer el mercado más grande de América Latina, además de su enigmático y mágico vecino, el Mercado de Sonora. Recuerdo una estación muy alta y grande, ahora viendo fotos entiendo su complejidad arquitectónica, producto de la mente de Félix Candela, el afamado autor del Pabellón de Rayos Cósmicos de la UNAM.

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Al salir de la estación inmediatamente te encuentras en ese mundo aparentemente caótico que son los mercados mexicanos, pero que poco a poco entiendes que se organizan por giros y que su aparente desorganización radica en la sobrepoblación, explotación de cuanto metro cuadrado pueda ser usado para exhibir mercancía y en lo rebasados que suelen estar.

Recuerdo haber caminado por la zona de hojalatería y productos metálicos, las cuales se acompañan en toda la República Mexicana por la jarciería, jamás había visto tanta hojalata en tantas formas diferentes, ni tantas parrillas de gas, braceros, comales para la “fritanga”, asadores y demás juntos.

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Recuerdo interesantes celosías que flanquean la maravillosa nave mayor, las cuales permiten la circulación del aire y el paso de la luz natural, elementos sumamente importantes en un mercado de frutas, verduras, productos cárnicos y demás.

La nave mayor es inmensa, abriéndose y cerrándose al cielo, tal catedral gótica española, es un lugar mágico, alberga tantos colores, olores, sabores y sonidos, que tus sentidos logran transmitir a tu cerebro el significado de las palabras variedad y diversidad. La luz entra suavemente por las aberturas laterales de sus cañones de concreto, ahora sucios y llenos de esa mezcla de grasa y polvo, tan característica de los mercados mexicanos, en los cuales siempre hay una maraña de cables y tubos conduit aparentes que alimentan un catálogo de lámparas descontinuadas de tecnologías variadas, testigos y personajes de todas las etapas de “modernización” que han sufrido nuestros espacios comerciales públicos, tan cercanos al corazón tantos.

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Apabullados y sobre excitados nuestros sentidos, “salimos” hacia la avenida  Fray Servando Teresa de Mier, y digo “salimos” porque nunca sientes que has dejado el mercado, debido a la gran presencia de los ahora llamados “comerciantes en vía pública”. En la acera norte de esta vialidad compré un casco de vikingo en una inmensa tienda de juguetes chinos, era para mi sobrino, pero este jamás llegó a su destino, quizás nunca salió de la Ciudad de México, otra práctica muy común que acompaña a la compra de suvenires durante mis viajes.

Cruzamos Fray Servando por un alargado puente peatonal y nos aproximamos al Mercado de Sonora, de calidad arquitectónica mucho menor al de La Merced, con bóvedas de cañón corrido de lámina acanalada soportadas sobre muros enjarrados que se perforan por arcos de medio punto, quizás pudiéramos decir de estilo “neocolonial”, mezcla o sincretismo bastante rara, a mi parecer.

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 Adentro puedes encontrar velas de colores, una inmensa variedad de hierbas secas y tés inimaginables, menjurjes que van desde cremas milagrosas para el dolor hasta gotas para retener a tu hombre, “brujas”, “curanderas”, partes disecadas de animales, figuras de la santa muerte desde los 10 centímetros hasta los 2 metros, santitos, estampitas, aves en jaulas, niños dioses, ropitas para vestirlos, rosarios, bules, veladoras y un mundo de artículos diversos. ¿Recuerdas el segundo piso del antiguo Mercado Corona o la parte de los hierberos del Mercado de San Juan de Dios en Guadalajara? Pues es eso mismo, pero inmensamente más extenso y mejor surtido.

Extrañados y sorprendidos dejamos el Mercado de Sonora y para culminar nuestra aventura mercedaria, nos dirigimos hacia el mítico restaurante de “Don Chon”, guiados por una dirección y señas de policías de a pie, caminamos unas cuadras por el vivo y muy comercial Barrio de La Merced, el cual a las pocas calles al poniente, debido a los adoquines y bolardos, comenzó a sentirse más como centro histórico.

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Encontramos por fin Regina #160, justo allí deja se ser Misioneros, eso nos causó un poco de problemas para llegar, nos adentramos a un restaurante aparentemente sencillo, completamente vacío, supongo que por la víspera. Pero las apariencias engañan y es que su menú no es nada convencional, sus platillos incluyen única y exclusivamente las comidas más raras del menú tenochca. Aclaro que había muchas cosas que pudieran parecer prohibidas en su menú, pero algunas de esas no están a la disposicióndel comensal debido a que están condicionados por la disponibilidad de los ingredientes.

Al acercarse el mesero aclaró: “Hoy no hay cocodrilo”.  Y el precio del plato de armadillo era elevado para nuestros bolsillos, Julia pidió escamoles,  o sea larvas de hormiga a la mantequilla y yo pedí codorniz al mojo de ajo, para evitar las ancas de rana, pero, jamás imaginé que las codornices se sirvieran con alas, patas y cabeza, al final la opinión de ambos fue buena y la verdad salimos felices de haber asistido a dicho lugar.

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La verdad es que el Barrio de la Merced me cautivó, sus calles, su mezcla entre arquitectura virreinal y moderna,  sus casonas de tezontle y palacetes enjarrados con molduras de cantera convertidos en vecindades, sus edificios del siglo XX de influencias modernas que albergan comercios y oficinas, sus maravillosos mercados, su gente, su variedad en general, su manera de resumir lo que es la Ciudad de México en unos metros cuadrados. Después de eso jamás he vuelto a La Merced y jamás había pensado mucho en ella, hasta el incendio.

 08 de Marzo de 2016. Arq. Alberto Avilés

 

 

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